DISCURSO DE ODIO

Hay en la sociedad actualmente un debate social sobre el discurso de odio y la violencia del lenguaje. La mayoría de nuestra violencia la exteriorizamos a través de las palabras y no de las acciones, por lo que nos pasamos el día diciendo términos inadecuados, y la mayoría de veces no nos damos ni cuenta. Sin embargo, todo depende del uso que le demos a la palabra al expresarnos y del contexto en el que nos encontremos, aunque esto no siempre es viable, pues no todo el mundo podría captar tus intenciones. 

Es por esta razón, por la que existe un deseo colectivo de higienizar el lenguaje, es decir, hacer una revisión política de las palabras. Es aquí donde cabe mencionar las dos posturas ante este movimiento: los conservadores opinan que este proceso de higienización de la lengua es un ataque a la libertad de expresión, atacando a la lengua histórica y que hay una hipersensibilidad en la sociedad. Por otro lado, los reformistas defienden que las palabras cuentan con significados independientes de sus intenciones, y que aunque se usen en un contexto no violento, el significado sigue siendo atacante. 

Cabe destacar que independientemente de la postura de cada uno, no podemos ignorar el hecho de que las palabras son armas, utensilios de violencia, y su uso debería ser juzgado al igual que otro acto violento. Es decir, al concentrarse el odio en la lengua, tiene el mismo poder una frase u oración hiriente que un acto de violencia física.

En mi opinión, deberíamos llegar a un punto medio, ni un extremo ni el otro. Es decir, no tratar de censurar el lenguaje ni tratar de higienizarlo, sino intentar medirse las expresiones y reemplazarlas por unas más adecuadas y menos ofensivas.